miércoles, 27 de agosto de 2008

Estamos todos en naufragar






Verde que huele verdor intenso de primavera viva y adelantada. El frío y el té vacío, las fotos. Viaje imaginario vestido de mar, pliegues, bicicletas y sonidos. A la derecha un paraguas que no se abrió hoy, aunque llovía. 27, 27 de un agosto distinto, lejano. Mi ciudad ha hecho de agosto un agosto cálido y sin calor, ligero de extrañar, vacío de lágrimas de 27 de agosto, de pre 28 de agosto. Aún así me viene a ver a veces tu aire, tu olor y el color extraño de tus brazos, una brisa helada que imagino serás, prescencia sustituta e intangible, me viene a ver en sueños tu abrazo cálido que jugaría a congelar. Lo eterno, lo que no tiene principio ni final, como vos. Escucho cómo escribís arriba, el ritmo de tu máquina de escribir entre roneo y paso lento. La boca gruesa de tus palabras, el repliegue de tu ropa y la poca agitación de tu pelo. Esa puntualidad tuya para dormir la siesta que marcó siempre mi tarde, mi infancia; y el agua que acompañaba tus sueños que siempre marcó mis noches. Luz de tubo fluorescente y cocina fría, sería invierno y alguna gotera inscisiva cayendo sobre el lavatorio de tus horas, lejanas. Tus manos abriéndome el mundo, cada partícula de universo ante tus ojos fue impresionante. Nunca entendí tus libros hasta hoy, tu letra que jugaba a la altura y al alargue, a la estructura. Tu foto en los diarios con cualquier objeto o pintura. Te habías ido y yo nunca entendí por qué. La casa se llenó de gente y la sentía vacía. Yo te busco entre las sonrisas escasas de tus hermanos todabía, en el olor de tus camisas viejas, hermosas, y en las teclas de escribir. Entre el arte y las tardes de poca luz, entendí mi preferencia por el otoño, en las mañanas de cielo gris. Nunca entendí tu vuelo pero siempre me dieron ganas de volar también. (con vos nunca es necesario concluir) carta para un 27, agosto, 2oo8.

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